sábado, 1 de octubre de 2016

Día 31 - Final

«La literatura se parece mucho a la  pelea de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea  contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura.»

Roberto Bolaño.


Dedicado a Elías Gómez Monreal, por hacer posible este blog con su dureza Gómez y su locura Monreal.

Amanece en la gran gran ciudad. El sol se toma su tiempo, tiene un largo camino por delante. Primero invade las carreteras, el asfalto. Poco a poco se posa en los árboles y en las laderas de las montañas. Escala lento pero severo, calentando como sólo él puede hacerlo. Calentando animales y plantas, caminos, aire puro. Él sabe que lo mejor viene después, cuando llega a las cimas y observa esta ciudad extraña. Una ciudad que no es la mía, ni la suya. Una ciudad que no es de nadie. Una ciudad apelotonada a lo largo, del sureste al noroeste, como si quisiera proteger la ría del Nervión. Los edificios protegen las aguas turbias y el sol se une a ese cometido. Las aguas transcurren lentas, fatigosas, llevando en sus tripas los resquicios del pasado, la industria sumergida y las lisas. Las lisas, conocidas aquí como mubles, son los auténticos habitantes de la Gran Bilbao, su vida transcurre entre el fango, en la oscuridad de las profundidades. Peces que buscan sustento, restos de algas y lo que puedan llevarse a la boca. El sol sabe que necesitan su calor, pero las lisas son recelosas, y sólo la lluvia las puede alterar. Las he visto apelotonarse en la superficie durante las tormentas, pero al amanecer están adormiladas, y tanto el sol como yo pensamos en ellas constantemente, nos detenemos a tratar de observarlas y nunca, nunca las olvidamos. Pero no sólo los mubles necesitan al astro rey. Su llegada es esperada en todos los barrios de la ciudad. En los tejados del casco viejo, en las pequeñas buhardillas de Sanfran. Pintores, ladrones, camellos, dependientes, hosteleros. Todos salen de la cama preocupados, pensando en el ansiado dinero, en sus amores perdidos, y sin saberlo se comportan como oscuros peces. Necesitan amor que llevarse a la boca, y al despertarse todavía están turbados por el deseo esencial, el recuerdo de sus padres y hermanos, el sexo de sus amantes y numerosas fantasías que sus mentes han reconstruido durante la noche.

El sol avanza tiñendo de amarillo todos los lugares: Deusto, Barakaldo, Portugalete, Getxo y el antiguo puerto industrial de Santurtzi, que es como una lápida. Una ruina tranquila que siempre mira al mar y no se preocupa por el pasado, no tiene nada que demostrar. Sus naves abandonadas y sus muelles hablan por sí solos. A partir de aquí sólo hay mar, dicen. Ya lo has iluminado todo.

Como un muble más, yo todavía estoy dormido cuando doy los primeros pasos del día y me mezclo con el resto de peces en la vorágine de las nueve de la mañana. Sí, también estoy pensando en mis padres, en mi hermana, en mis amigos, en amantes que alguna vez contenté. También ansío el afecto con todos mis dedos, y me pregunto numerosas cuestiones mientras subo al tren. Cuántos golpes resistiría mi pequeño cuerpo en una pelea, si se doblaría al primer puñetazo y caería al suelo, o si por el contrarío se mantendría firme y digno. Y más. Cuán necesario es el trabajo que todos andan buscando. Hasta qué punto es necesario vivir alrededor del Nervión.

El tren transcurre por oscuros túneles mientras lleva en sus tripas a numerosos seres recelosos del sol.

Llego a un edificio de oficinas y mientras subo en el ascensor observo mi cuerpo en el espejo. Yo mismo no parezco yo mismo. Llevo la única camisa que mi madre empaquetó, un pelo corto y arreglado, no hay barba. El aspecto listo para contentar a otros. Y me pregunto qué diferencia hay entre una camisa y una camiseta. Entre unas playeras y unos zapatos marrones. Entre una cara lisa y una peluda. Después aguanto otra avalancha de preguntas. De nuevo miradas fijas que intentan desentrañarme, quieren descubrir mi futuro a partir de mis gestos, de mi forma de mover las manos y las piernas. Yo estoy convencido de que no van a descubrirme. Me digo: tú eres un cazador furtivo. Preguntan.

¿Te ves trabajando en la misma empresa durante diez años?

Sí, miento yo.

¿Cómo afrontas la presión y la excesiva carga de trabajo?

Bien, miento.

¿Cómo sería tu trabajo ideal?

Sin escribir, miento yo. Sin escribir ni una palabra. Sin pensar apenas. Comiendo comida precocinada día sí y día también, trabajando ocho horas al día, olvidando a mis amigos y a mis padres, olvidando el sitio en el que nací y crecí, trabajando para largos procesos industriales que soy incapaz de comprender y prever. Asesinando a la poesía y a los poetas. Olvidando a los mubles, olvidando el sexo, olvidando los templos oscuros. Pensando que una entrega a tiempo es una victoria, pensando siempre en el producto. Viviendo para el producto, creyendo ver belleza en su manufactura. Sirviendo el producto como si fuera medicina. Y por último, arrastrando a todos. Arrastrándolos a todos a mi modo de vida, haciéndoles creer que lo establecido está demasiado asentado, que la gran maquinaria occidental no se cuestiona.

Muy bien, me dicen ellos. Ya te llamaremos.

Entonces bajo de nuevo a la calle y el día está muy despejado. No hay ni una sola nube en el cielo, el sol está radiante. Camino solo y guardo el llanto dentro, convierto el dolor y el cansancio en una pelotita muy pequeñita situada dentro de mi intestino. Miro la ciudad mientras camino y me detengo en las ventanas de los edificios de pisos. Recuerdo a mi padre.

«Cuando yo tenía tu edad y recorría las calles de Santiago, de Sevilla y de Zaragoza, no podía evitar mirar las ventanas de las casas por la noche. Veía las luces encendidas e imaginaba platos llenos de comida caliente, familias sentadas a la mesa, el televisor encendido y los cómodos sofás de los salones. Miraba las luces constantemente y me preguntaba si yo alguna vez tendría un hogar y una familia.»

Cuando paso frente a una farmacia pienso en mi madre. Todas las farmacias del mundo me recuerdan a ella. Siempre intento imaginarla detrás de un mostrador, con su bata blanca y su sonrisa radiante. Mi madre trabajando todos los días de la semana salvo los sábados. Mi padre en el fondo de una gran tienda de colchones. Pronto llegará el frío y ese local es como un demonio, difícil de calentar. Mi hermana abriéndose hueco en otro país, hace dos meses que no hablo con ella.

Llego a la casa de mis amigos, el Señor Julina, como tantos otros días. Les cuento mis experiencias, me dan sus puntos de vista positivos, y siento que la angustia se va marchando. Entonces suena mi teléfono y una voz dice: tienes trabajo. Es el último día del mes y he conseguido un trabajo para un año. Lo celebramos, bajamos a echar unas cervezas y nos tomamos un café en La Casa Inclinada. Les tomo una foto.


Miro la pantalla del teléfono y me sorprendo al ver que sus caras no están en blanco y negro. Les digo que voy a hacer café pero me meto en el baño y miro mis pupilas concienzudamente en el espejo. Me froto los ojos y la cara repetidas veces. Vuelvo a mirar la foto, pero nada, sus caras son reales. Julen ya no es Julián Casablancas y Kristina ya no es Coco Chanel. Caliento dos tazas de café y vuelvo al salón inclinado fingiendo normalidad. Entonces aparece Veganón y decido volver a hacer la prueba.


Íñigo tiene una cara que nada tiene que ver con la de un viejo roquero hippie de los setenta. 


El Señor Primigenio es fan de La Mandrágora y de Javier Krahe, pero su cara, al igual que la de su amiga Deba, también está a color. Tendré que acostumbrarme a esta nueva forma de percepción. Me siento en el salón preocupado, echando de menos tantas historias, y rápidamente Álvaro me sirve un plato.

 

Es el último día del mes y he conseguido trabajo. Álvaro me ha dado una comida riquísima que nada tiene que ver con el ramen, las albóndigas enlatadas, ni la pedrata. Es el último día del mes y lo he conseguido.

Por la tarde sigo pensando en mis genes, pienso en mis abuelos. Mi abuelo paterno fue falangista, llevaba una camisa azul y una gabardina de cuero negro resistente a las inclemencias del tiempo. En la batalla de Teruel fue apresado por el bando republicano. Lo subieron a un carro. Él sabía que la camisa azul le traería muchos problemas, así que abrochó los botones de su gabardina y con los brazos pegados al torso, fuera de las mangas, fue rasgando la camisa poco a poco y tirando los jirones a la carretera. Imagino un camino de jirones azules. Imagino los trozos de tela azul depositados uno tras otro, separados entre sí por unos cuantos metros de distancia, formando una larga línea serpenteante. Cuando mi abuelo llegó a los cuarteles de Valencia, descubrió su torso desnudo bajo la gabardina y alegó ser un simple miliciano. Le permitieron vivir. A él, y por tanto, a mí. Y yo estoy pensando en los jirones de tela azul cuando Deba me dice que va a dar un paseo y me ofrezco a acompañarla.

Los dos paseamos con mucha calma por el Casco Viejo, la ría, subimos hasta el museo Guggenheim, hablamos de arte, de Francis Bacon, de Egon Schiele, de Richard Serra, y de otros artistas que exponen o han expuesto en el museo. Cuando me despido de Deba recuerdo a dos anarquistas que conocí en Berlín, cuya mayor fantasía era la de dinamitar todos los museos. Recuerdo que conseguí convencerles de que si alguna vez conseguían su propósito, respetaran El Prado. Está bien, me dijeron, dejaremos El Prado en pie, por ti.

Así, imaginando el Guggenheim saltando por los aires, llego a la estación de autobuses a recoger a mi amiga Patricia que viene de visita. Nos juntamos en La Casa Inclinada con el Señor Amanecer y con Jonpollón, y los cuatro hacemos un brindis con una conocida marca de alcohol. ¡Por La Casa Inclinada! ¡Salud!


Ya no me sorprendo al ver la cara de Blanca a color. Ni la cara del Señor Maquinita, ni la de la Señora Ayala.


Cuando llega la hora de volver a casa y dejar las latas, decido que tengo que saludar a Jon en su bar. Hay bastante gente en el garito y Jon está sirviendo copas. Me ve en la barra y entre copa y copa, alcanza a contarme algo que le ha pasado hace un rato, pero con la música y el griterío no lo entiendo muy bien. Le tomo una foto.


Cuando al fin me tumbo en la cama, mi cerebro está en pleno proceso de ebullición. Pienso en que Negoción me había dicho que tenía intención de venir a celebrar mi nuevo puesto de trabajo pero que probablemente no le daría tiempo. Me pongo a pensar en muchos amigos e imágenes y me doy cuenta de que todo se está empezando a difuminar, de que justo cuando creemos que todo es nítido, es cuando la subjetividad del recuerdo empieza a hacer su trabajo, avanzando rápido. Que nada se repite dos veces de la misma forma y que el mayor enemigo del samurái es el olvido.


 



 





«Adiós.»
Sanjuro.

jueves, 29 de septiembre de 2016

Día 29 - Dojo


TELEVISIÓN MENTAL
 Canal: historia para aficionados flipados.

En el siglo XVII se instauró en Japón una dictadura militar que duró más de doscientos años. El país hasta entonces se había visto envuelto en numerosas guerras civiles entre las diferentes familias de nobles. La figura del emperador es más antigua, pero se considera que su papel siempre fue más testimonial e incluso religioso. Durante esta gran dictadura el auténtico poder político residió en diferentes líderes militares que se fueron sucediendo en el tiempo. Es la conocida época Tokugawa. Lo interesante de esta época japonesa es que durante dos siglos reinó la paz más absoluta en el país. No hubo enfrentamientos dentro de las fronteras y tampoco fuera. La isla de Japón se aisló del mundo y se abasteció a sí misma.

Japón no es un país que me importe más que cualquier otro, pero tenemos que entender que esta situación histórica es, probablemente, única. Esta dictadura bicentenaria tiene unas consecuencias muy interesantes desde un punto de vista literario. Samuráis. Si los samuráis eran guerreros pertenecientes a un linaje y controlados por señores feudales, ¿qué les ocurrió durante esta larguísima época de paz? Para empezar, se cree que dejaron de lado el arco y empezaron a usar las katanas con más asiduidad. Tiene sentido. El arco es un arma más táctica, más propia de grandes batallas. En cambio la katana es un arma asesina, más propia de enfrentamientos pequeños. La paz también fue propicia para el número de mercenarios a sueldo. Los samuráis ya no eran tan valiosos para los grandes señores, imagino que muchos de ellos decidieron salir a buscarse la vida. Se trataba de los ronins. Samuráis sin señor. Aprended esta palabra porque es muy importante para mí. Ronin. Se cree que la mayoría eran bandidos y criminales, aunque algunos ilusos como yo soñamos con que no todos lo fueron.

El bushido, el código del samurái, también es una consecuencia de la época Tokugawa. Conforme las generaciones iban pasando, los guerreros desocupados se iban pervirtiendo. Es ahí donde alguien decide crear un código basado en el honor y la buena conducta. Este código para guerreros es, probablemente, único en la historia. Existió y se aplicó.

Los mitos y las leyendas son muy numerosas. La mayoría se basan en estos dos factores: ronins y bushido.

BLOG HABITUAL
Canal: sensacionalismo y narcisismo.

Los guerreros vagabundos sentimos una gran atracción por el horizonte. Nos gusta marcharnos con un simple adiós y salir a buscar más aventuras. Muchas veces se nos acusa de no inmiscuirnos realmente en los asuntos ni en las vidas de los demás, quizás porque en el fondo somos unos cobardes, quizás porque nos aburrimos con facilidad.

Mañana se acaba el plazo oficial cedido por Negoción para usar su cuarto, plazo que yo pensaba respetar a raja tabla. Os transmito las palabras de algunos de nuestros queridos personajes a este respecto.

JONPOLLÓN: Yo no quiero que te vayas.

VEGANÓN: Si te quedas en La Casa Inclinada no hace falta que pagues, puedes ser nuestro esclavo. Es broma, quédate por favor, te acondicionamos el segundo salón.

SEÑOR PRIMIGENIO: Eres un fiera tío, tú tienes que estar aquí.

SEÑOR GAFAS (pareja de Cuevona): Eres una pieza clave de esta casa.

NEGOCIÓN: Joder tío, te los has ganado a todos. Yo tampoco quiero que te vayas, si hace falta te quedas en mi habitación más tiempo. Compartir mi habitación no es lo que más me gusta del mundo, pero bueno, todos te queremos aquí.

Sí, me han dicho cosas bonitas y yo las he escrito en mi blog, creo que eso me convierte en un narcisista de puta madre. Pero no, no pensemos así. Yo soy un simple cronista. Ellos dicen cosas, yo las escribo. Ellos hacen cosas, yo las cuento. Soy vuestro loco loco cronista y es lo que hay. Yo no hago las reglas.

Que conste que hoy no es la primera vez que menciono al Señor Gafas.

Vamos con un poquito de acción antes de que se me salten las lagrimillas, como alcohólico puedo llorar todo lo que quiera, como samurái ni media.

Ayer hicimos calzoncillada en el salón inclinado.


Yo quería dormir en el salón para no achuchar demasiado a nuestro Negoción, así que planté mi colchón junto al balcón. El sofá es el catre habitual del Señor Primigenio. Jonpollón se apuntó a la movida y a Negoción le pareció la idea del siglo, así que sacó su colchón y lo plantó junto al mío. Cuenta con mi colchón. El Señor Gafas nos sacó la foto. Hablamos un ratillo de nuestras cosas y alteramos un poco las consciencias. Hemos dormido todos más a gusto que San Diós.

Ayer Negoción trajo cosas pendientes de su anterior vivienda, así estaba esta mañana su cuarto.


He recordado con nostalgia aquella vez que lo ordené, allá por el tercer día.

Esta mañana he estado ayudando a Negoción junto con el Señor Golpeador, un colega. El Señor Golpeador y yo hemos hecho punto A punto B durante unas horas. Negoción nos ha pagado con una comida abundante y buena.


Buffet libre, chuletón en el congelador, palabras de amor, qué coño está pasando. No reconozco mi vida. Me dijeron hace un par de semanas que según mi horóscopo, mi nombre tiene que brillar en las estrellas cuando el mes acabe. Avisadme si lo veis. Es broma, no sabéis como me llamo, a lo mejor ni tengo nombre.

Mañana tengo otra entrevista. Seguimos en la trinchera. Saludo nigger inclinado. Bye, bro.

«Si alguna vez la vida
rinde homenaje a tus instintos,
a tus fabuladas argucias
de cazador furtivo,
busca aquel primer gesto
de mujer
que supo hacerse tuyo,
príncipe onírico de locales oscuros
a los que llamas hogar
                reinado
                      u olvido,
y dale honor y reverencia,
pues nada es como se busca
sino como se recibe,
y aunque todo consumo de existencia
presupone la audacia
en que te armas,
la sentencia del tiempo
dejará a la intemperie el rastro
de tus conquistas vanas
                   borrando de memorias
                                        tu leyenda.»
         Javier Asiáin Urtasun

martes, 27 de septiembre de 2016

Día 28 - Chuletón

Esta es mi afición por perderlo todo.
Perder las historias y las palabras,
temblar en el ruido, vivir en la noria,
estar siempre en fase transitoria.

Sentir la lluvia como aguijones
soñar con hogares de lejanos portones.

Vivir en el filo más absoluto,
hacer maravillas con la basura,
beber el deshecho y sentir que disfruto.

Esta es mi afición por perderlo todo.
Perder las historias y las batallas,
sentir el derrumbe como metralla.

Bajo los dedos quebrados,
y aunque tú cantes ahora,
ya todo se está acabando.

Hoy estamos todos aquí gracias a dos héroes que se han sacrificado por el blog. Gracias a ellos tengo tiempo para poder escribirlo, son el Señor Rabino y la Señora Señora. Han decidido sustituirme en las mamonadas de Negoción, ahora mismo están yendo calle abajo calle arriba, que si Negoción está en verde, que si Negoción está en rojo, que si no aceleres tanto, Negoción, que si deja el móvil mientras conduces. Y Negoción: que si me da igual pagar multas, que si este es mi coche y lo conduzco como quiero, que si yo soy el capital, que si la mano negra de Adam Smith vela por mí. Tres salvas por ellos, y también esta entrada.


Nos ahorramos toda la parte en la que digo que ya sé que pensabais que no iba a escribir más, y vosotros os ahorráis la parte en la que me decís lo mucho que me queréis, y me ofrecéis dinero, vuestros números de cuenta y todo eso. Vamos a hablar un poquito de como están las cosas. Sintonicemos la televisión mental. He contratado un canal de documentales.

Imágenes en blanco y negro de una casa inclinada y vacía de gente. Los sofás vacíos del salón, el parqué en cuesta, los muebles viejos, una palmera delante de una puerta, un tocadiscos parado, un pasillo largo y ancho. Se oye una voz en off grave y serena.

VOZ: La situación del exiliado anónimo es muy complicada. Concluyendo el mes de Septiembre, todavía no tiene un sitio donde vivir. Tras haber sido plantado y dejado de lado por unos desconocidos que le ofrecieron una habitación, el exiliado anónimo lamenta su mala suerte y su llanto cuajado se oye a través de las estrellas.

Imágenes del cosmos. Nebulosas de colores, soles imposibles, agujeros negros y asteroides, de fondo el llano de un lobo. Ahora vemos a un desconocido tumbado en una cama, escuchando La oreja de Van Gogh.

VOZ: Esta es la persona que ocupa la habitación que podía haber sido del exiliado anónimo, está muy tranquila.

Cierra los ojos, ven y siéntate cerca, que tus manos me cuentan que te han visto llorar...

VOZ: Y se entretiene gozando de placeres con los que el exiliado anónimo siquiera puede soñar.

El desconocido se incorpora y comienza a leer un libro de Paulo Coelho. Hay una pequeña transición y ahora vemos a Negoción frente a un parquímetro. Llueve y las gotas resbalan por su ropa.

VOZ: Negoción mantiene su promesa, y el derecho cedido al exiliado para usar el cuarto dejará de tener efecto el uno de octubre. Por otra parte, Negoción se ve sin dinero por primera vez en mucho tiempo.

Negoción mete en el parquímetro una moneda de un euro tras rebuscar un rato en sus bolsillos. Hay una transición y vemos al Señor Julina por partida doble, diseñando imágenes y sombreros en su estudio. Transición. El Señor Maquinita cuidando de las tragaperras mientras lee una conocida revista desde el otro lado de un cristal. Transición. Veganón pelando unos tomates. Transición. El Señor Primigenio tocando una bonita canción en el sofá de La Casa Inclinada. Transición. La lluvia rebotando en el cristal de una cafetería. Dentro, un samurái sin espada bebiendo cerveza, apoyado en la barra. Transición. Jonpollón fumando un cigarrillo y abriendo el bar, mientras los taxis pasan a su vera. Transición. El Señor Amanecer comprando comida por los pasillos del Carrefour. Transición. La puerta cerrada de Cuevona, el pasillo en cuesta, el humo de las chimeneas, los tejados de la parte vieja de la gran gran ciudad, las farolas reflejadas en el agua, los turistas huyendo de la lluvia, la palomas volando, los recuerdos deshaciéndose en el aire, esparciéndose hacia las nubes. Los metros que pasan, la gente que sube, la gente que baja, la gente que fuma. Latas de cerveza en los supermercados chinos, pepinos y lechugas en las cestas de una frutería, dos moros jóvenes que le pegan el tirón a una anciana y echan a correr. Tú leyendo estas líneas, yo escribiendo estas líneas. Gente con la cara en blanco y negro. Poco a poco las imágenes se difuminan, se emborronan, y al final solo queda la negrura insondable.


...

De pronto, un hombre tras la barra de un Kebab.


 

Tres personajes de ficción al otro lado.


 

Un concierto.

 

La Señora Ayala dibujada en una pared.

 

VOZ: Este fin de semana, el exiliado recibió la visita de un gran amigo, venido desde muy lejos. Se trataba del Señor Cine.

 

VOZ: Juntos, el exiliado y el Señor Cine juntaron sus pocas monedas para comprarle un regalo a Negoción por su cumpleaños.

 

VOZ: Posteriormente, el exiliado fue a una entrevista de trabajo, después arregló un ordenador y a cambió recibió un chuletón. Bolsillos vacíos y un chuletón en un congelador inclinado.

Salen los créditos mientras un samurái desarmado bebe cerveza y mira por la ventana. Director de fotografía: nadie. Voz en off: nadie. Productor: nadie.

"Yo no hago las reglas"

Alguien apaga la tele.  

Últimamente solo echan serie B.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Día 23 - Jujaneo

NEGOCIÓN: Es como contarle a tu madre cuando empezaste a fumar porros. Tu madre ya imaginaba que la habías liado, pero no se lo habías dicho explícitamente.
SAMURÁI ANÓNIMO: Estoy demasiado borracho para escribir. Estoy un poco pedo, eh, no me van las teclas.
NEGOCIÓN: ¿A qué venía esa metáfora? Ah, sí, estábamos hablando de cuando la liaste.
SAMURÁI ANÓNIMO: Va tío, tenemos un blog que escribir. Piensa que al día nos leen cien personas.
NEGOCIÓN: Yo no tengo un blog, es tu blog. Yo sólo hice un feat, a mí déjame en paz. Vete con tu mierda de mi habitación y déjame dormir. ¿Puedo poner la funda en la mesilla, o también es parte de tu terreno?
SAMURÁI ANÓNIMO: No, la mesilla es tuya, eso lo respeto.
NEGOCIÓN: ¿Y la mesilla de la entrada? Porque veo que está la lata de albóndigas ahí. ¿Puedo dejar ahí cosas?
SAMURÁI ANÓNIMO: En teoría esa mesilla es mía, pero te dejo poner la cartera. Tío, has tirado tu ropa en mi hueco.
NEGOCIÓN: Ah, ¿este es tu hueco?
SAMURÁI ANÓNIMO: Sí tío, este es mi hueco. El tuyo es el que está a la entrada (moviendo ropa de un punto del suelo a otro punto del suelo). Eh, Negoción, no te duermas, que estoy transquibiendo nuestra conversación (Negoción ronca). Tío, ¿estás dormido?

Sí, esta dormido. Está más clavao que un sobre. Increíble, ¿no? Os cuento algunas de las joyitas que nos ha traído Negoción después de tantos días de ausencia.

Joyita número uno: ¿por qué el Señor Sol te ha regalado un vinilo de Eskorbuto? No te lo mereces, no has hecho nada.

Joyita número dos: con ese corte de pelo pareces un niño retrasado.

Joyita número tres: en realidad no eres un samurái, ¿lo sabes, no? Llevas una semana sin una entrevista de trabajo, no eres ningún samurái.

¿Qué le ha llevado a Negoción a decir cosas tan feas? ¿Convivir con dos geeks durante una semana? ¿Celos de mi gran adaptación a la gran gran ciudad y de mi vinilo de Eskorbuto? Sea como sea, yo nunca he leído que los samuráis tuvieran entrevistas de trabajo, así que tranquilos, este tío no sabe de lo que habla. Sé que muchos estaréis pensando: pero que tío tan horrible, que maltratador psicológico. Y sí, en parte tenéis razón. Además me debe dinero. Sí, sí, el tío está a dos velas. Se ha dejado tanta pasta en el jujaneo de Europa del este que se ha quedado seco. ¿Quién lo iba a decir? Negoción debiéndome dinero. Así están las cosas. Los estereotipos se rompen en la Casa Inclinada.

Mirad, hoy no os voy a contar lo que he hecho porque no he hecho nada de provecho. Ya basta de tantas fotos de comida, que si he comido esto, que si he comido lo otro, se acabó. Ya hemos llenado el cupo que internet nos permite. Sin daros cuenta habéis estado siguiendo la dieta de un tío durante más de veinte días. Suficiente.

Venga, va, resumiendo: hemos estado de fiesta, de aquí para allá, bebiendo chupitos de una conocida marca de alcohol. Y mañana es viernes (para vosotros seguramente ya es viernes). El fin de semana es complicado, así que recordadlo. Puede que no haya blog. Un descansito nos sienta fetén. Aún así haré lo posible por darle a la tecla. La expresión darle a la tecla me recuerda a un profesor de la universidad que iba de enrollado y me daba vergüenza ajena. Siento escalofríos al decirla. Darle a la tecla. ¡Uf!

Y sinceramente, no estoy en condiciones de escribir más. Soy humano, estás leyendo una crónica real sobre una persona en situación de inestabilidad. Cuidaos mucho este fin de semana, mirad a los demás a los ojos cuando habléis y manejad los pensamientos como si fueran armas cortantes.

¿Qué les depara el futuro a Negoción y su amigo? ¿Cómo sigue la historia de la Casa Inclinada? Mantente a la espera y lo descubrirás.

¡Chupito inclinado!

jueves, 22 de septiembre de 2016

Día 22 - Pedrata

Ei. ¿Qué tal van esas expectativas? ¿Bien, mal? ¿Confiáis, no confiáis?

Va, vamos a ser sinceros. No ha pasado nada de lo que comenté ayer que iba a pasar. Pero bueno, tampoco hagamos un drama. Pensad que esta es la primera vez os decepciono. ¿En serio es la primera? Que sí, que sí, ya sé que parece increíble, yo también me sorprendo. Pero es la primera, pensadlo un momento.

Primer parón allá por el día nueve. Todos pensábamos que a la vuelta del fin de semana ya me habría cansado de este blog. Y de repente, ¡bum!, día trece, Locura.

Y más tarde aún, día seis. Sí amigos, todos recordamos el día seis. Bua, esto ya se ha muerto. Bua, el día seis es una mierda. Y de repente, ¡bum!, día siete, Fenix. El puto Fenix en llamas en nuestras caras.

Y qué me decís del especial de Negoción. Que si lo ha hecho mejor que tú, que si te ha puesto el listón muy alto... Y de repente, ¡kabúm!, día diecinueve, Interferencias. Bueno, ahora que lo pienso Interferencias no fue tan bueno. De hecho fue una mierda. Os pido perdón por Interferencias, no sé en que estaba pensando con eso de "el carácter se forja los domingos por la tarde". Nosotros queremos filosofía de la buena, de la que hace que te claves filos en el vientre. Eso sí que es potente. Los cursillos de psicología deberían llamarse "como afrontar el horror". Ya basta de eufemismo, señores psicólogos. Que si gestión de las emociones, que sí tratar con la ansiedad, que sí relaciones de pareja sanas. Ya basta, por favor, ya basta. Gestión del horror es lo que la gente está pidiendo, y no os dais cuenta. Si yo fuera psicólogo estaría cubierto de oro. O en la cárcel, probablemente.

En fin, esto es una buena introducción, sí señor. Ahora todo es cuesta abajo, eh. Ya os he decepcionado al principio, para qué disimular.

Acaba de llegar Veganón. Me ha dado un poco de té con limón y he bajado un poco a la tierra. A veces me sorprendo a mí mismo escribiendo esto, eh. No sé, estoy fatal. Le he comentado que una de las bombillas de la lámpara inclinada se ha fundido. ¿Recordáis la lámpara del día dos, no? Esto hoy parece un revival. Vamos a reconstruir una escena cotidiana de La Casa Inclinada, por dar testimonio de como es esto.

RECONSTRUCCIÓN DE UNA ESCENA COTIDIANA EN LA CASA INCLINADA
por dar testimonio de como es esto

Bua, acabo de cambiar de idea y me apetece más hacer un poema.

POEMA DE LA CASA INCLINADA
Acabo de cambiar de idea gente, esto me apetece más

Eh, eh, eh, sí.
Eh, eh, eh, representando.
Dos mil dieciséis. Dos cero uno seis.
Yeah, eh, eh, sí, aquí.
Aquí el samurái inclinado,
eh, aquí, sí,
trayendo la mierda del barrio,
sí, vamos allá.
Está en la calle.

Día veintidós en La Casa Inclinada
empecé a leer este blog y ahora es una pasada.
El tío que lo escribe está como loco
se cree muy outsider y se como los mocos.

Jonpollón no me dejes así
siempre me haces apurar la birra
siempre de un sitio para otro,
eh tío, acaba la birra ya, tenemos prisa.
Jonpollón, piensa un poco en mí,
me fui de casa de papá y mamá
no tengo donde vivir.
No me hagas pegar carteles esta noche, Jonpollón,
quiero descansar y dormir,
y soñar que tengo una zona de confort.
Aunque no todo es tan malo.
Birras y radio mano a mano.

El Señor Primigenio
va de sofá en sofá
es fan de Krahe y es un genio,
duerme en cualquier sitio,
pasa el día rehuyendo el tedio.
Siempre está aprendiendo
cocinando verduritas, es el hombre del milenio.

Y qué me decís de Veganón, eh,
qué me decís.
(la gente eufórica levantando las manos como en Ocho Millas)
Ese tío se alimenta
a base de hortalizas,
nunca come leche o huevo,
él cocina y se organiza.
Y cuando todo va mal
se marca una carta astral.
Te lee el horóscopo o te hace una infusión,
de tila, menta, manzanilla,
o té con limón.

Cuevona siempre está en su cueva,
siempre está en su cueva.
(la gente coreando)
Siempre está en su cueva, siempre está en su cueva.
Siempre está en su cueva, siempre está en su cueva.
Se encontró
un peine con pelos de Negoción
en el refrigerador.
Se olvida de sus cosas y me pide que se las baje en el ascensor.
Samurái, bájame la barik que me la he olvidado.
Bájame la barik que mi mamá me está esperando.

Negoción. Oh, Negoción.
Dónde coño estás Negoción.
Esto se ha ido de las manos,
estoy rapeando en el blog,
marcándome unos versos,
espesos,
traviesos.
Tú hombre de confianza,
asciéndeme a capo, Negoción asciéndeme.
Sabes que soy listo pero poco ambicioso,
sabes que la cago pero intento ser gracioso.
Conduzco tu furgo del punto A al punto B.
Si me echo una lata y se cruza la madera:
me ven, ya no me ven.

TÍPICA TRANSICIÓN PARA DECIR QUE VOLVEMOS AL BLOG
No puedo ser original siempre

Hoy he comido uno de estos.

 

Eran unas tapitas riquísimas que ha hecho el Señor Primigenio. Hamburguesa sobre una base de tomate y aguacate. Mientras la masticaba he salido con Jonpo y hemos ido a una tienda de vinilos.

 

Algún día tendré dinero para comprar vinilos.

Unas cañitas en el jonpobar.


A la tarde he echado currículums y he estado hablando con unos chavales que buscan compañero de piso. ¿Cómo os cuelo este drama así tan de repente? Pues sí, muy pronto me largaré de la inclinada y estas personas dejarán de ser personajes públicos. Que pobrecillos, ¿no? Ya les toca.

Una charla del banco de alimentos, un conciertillo que sin más y me he encontrado con un grupo muy famoso. Los Sick, o los Kitty, o algo así.


De lateo con los Kitty, me han contado movidas de Nueva York en los setenta, que si los garitos eran mejores, que si el aurum valía veinte céntimos. Muy cracks.

Al final nos hemos quedado solos el Señor Maquinita, la Señora Ayala y yo.


Y después me he dado una alegría. Si os soy sincero estoy un poco harto de tanta lenteja, tanto arroz, tanta pasta. Una buena pedrata es lo que mola en la gran gran ciudad. Es una modalidad autóctona de kebab que consiste en meter bien de carne y patatas en un plato. Perdón, pedantes del mundo. Shawarma. Es una modalidad de shawarma. Qué sabana ni qué shawarna. Esto es un kebato hecho y derecho, de toda la vida. Mirad que delicia.

 

La pedrata es escarcha, cerrada y pobre. Escarcha de mis días y de mis noches. Me he pasado, Señor Hernández.

Os diría que mañana viene Negoción pero yo que sé. Ese tío va a su bola, en realidad no le importamos demasiado. No lo necesitamos. Es broma, sí lo necesitamos. Vuelve de una vez.

¡Adiós, gente! ¡Me voy a dormir! ¡Un hifive inclinado!

¡Plas!

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Día 21 - Pelo

 «La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de mis días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
»

Miguel Hernández

Ei. Qué pasa gente. Sí, sigo vivo. Sí, me esfuerzo por comer bien. Hoy he comido medio bote de lentejas. ¿No les has echado nada para condimentar? No, no les he echado nada, qué pesaos. No sé si hoy me voy a poder extender mucho, que el Señor Primigenio esta durmiendo en la cama de al lado y él no tiene la culpa de vivir en la habitación con un loco que cuenta su vida por internet. Por cierto, esta habitación antes era del Señor Primigenio. Qué cosas, ¿no? Ahora es la habitación de Negoción, ese gran ausente. El Señor Primigenio no tiene un colchón hinchable donde dormir. Va de aquí para allá, del sofá a la cama de Negoción, de la cama de Negoción a otra habitación que se quede libre. Es como un conde caído en desgracia que trata de recuperar su título nobiliario.

Veganón se sigue descojonando con mi alimentación, pero él sabe que me esfuerzo. Dice que esas lentejas de bote es mejor pasarlas por agua para quitarles el caldo. Que ese caldo no lleva más que mierda, químicos y cosas así. Que es mejor comprar alimentos bio. He visto esos alimentos en el eje del mal (supermercado) y son caros. No puedo permitirme tanta salud. La salud es cara, gente. Cuando tenga dinero comeré bien. No sé que estoy diciendo, lo más probable es que nunca llegue a tener dinero. Lo mejor es comer mierda, gente, acostumbrar al cuerpo al veneno. Si alguna vez os veis en mi situación agradeceréis haberme hecho caso. Diréis, no me importa comerme esa lata de albóndigas, mi cuerpo está acostumbrado. Seréis como Rasputín, sí, ese místico de la corte de los zares que sobrevivió al cianuro. Dentro de poco los alimentos llevarán veneno, es mejor prepararse. Directamente. Iremos al eje del mal y veremos en las etiquetas: aceitunas con cicuta. Pepinillos con arsénico. Señor Amanecer, ¿es buena idea que me compre esos tranchetes? No tío, que el arsénico no te sienta muy bien, píllate este queso rallado con mercurio, que a tu organismo aún le queda espacio para metales pesados.

Hablando del Señor Amanecer, ha vuelto. ¿Recordáis que se fue muy lejos para ver a su padre y se dejó sus anillos en la inclinada? El que haya dicho sí que se relaje, que eso nunca lo conté. Los auténticos seguidores de la inclinada ya sabíais que no, muy bien. Mirad que anillos más chulos y qué bien quedan en mis manos de pianista.


A mí en realidad me gustaría tener las manos de mi abuelo, curtidas de trabajar la tierra. ¿Pero dónde está la tierra aquí? Yo sólo veo putas calles, cemento y basura. Por eso tengo dedos delicados de porcelana.

EL PÚBLICO: Oye tío, ya es el día veintiuno y esto es un rollo. No te has metido en peleas, has empezado a comer sano. Lo más interesante fueron un par de moros que te intentaron robar el móvil. Tendrían que habértelo robado, pringao, que eres un pringao. Además, ¿cuánto hace que no tienes una entrevista? Pero qué narices haces con tu vida. Ni tienes entrevista, ni aventuras, ni nada.

El AUTOR: Yo al menos no soy la idea abstracta que resume a todo un colectivo de lectores, al menos tengo identidad y voz propia, al menos no soy un concepto ficticio. Y además, mirad que manos de pianista tengo. Si hay algún reproche mirad vuestras manos y comparad.

Por la tarde he estado en el estudio del Señor Julina. Sí, ooootraaaa veeeez. He estado trabajando. Repasando textos, pasando a limpio, retocando. Como os he colado esa de "trabajando", eh. El Señor Julina y yo hemos hecho un trato. Él me corta el pelo y a cambio yo compro y hago la cena. Como no sé cocinar he elegido una receta al azar. Risotto. Es arroz con queso, no puede ser tan difícil. He ido hasta el supermercado de la zona chunga, que está cerca del estudio. Han tardado mucho en encender las farolas y ha habido un momento de muchísima oscuridad que me ha llamado la atención. Como no sabía muy bien qué queso comprar, he comprado tres tipos distintos, pero al Señor Julina no le han gustado, o no cuadraban con su concepto de risotto. Así que hemos usado el queso del Señor Julina. Tampoco le ha gustado el arroz que he traído de casa, que era demasiado largo, me ha dicho. Así que hemos usado el arroz del Señor Julina. Al final yo sólo he puesto una cebolla y unos champiñones. Ya sólo me queda una cebolla. La cebolla sirve para todo pero también aporta cierta monotonía. A lo mejor empiezo a pasar de ella. Por cierto que al final ha cocinado el Señor Julina. Yo he intentado fregar los platos pero hemos acabado usando el fregaplatos del Señor Julina.

En fin, ya basta de hablar de las cosas del Señor Julina. Vamos a lo importante. El corte de pelo. Primero me han metido en una bolsa de plástico.


Después el Señor Julina me ha cortado el pelo.

 

Por último he decidido afeitarme la barba por primera vez en años. Aquí el resultado.


Todo un sexsimbol. Es broma, sigo siendo un zarrapastroso. 

A la vuelta se ha formado una neblina muy interesante. Pasa de vez en cuando. La gran gran ciudad es húmeda. Algunas noches los edificios lejanos quedan atrapados por la blanca bruma. Me he acordado de Devoradores de Cadáveres. Podrían salir de la ría. Caníbales cubiertos de algas.

Voy a causaros expectativas para mañana. Negoción sigue ejerciendo su crueldad desde la distancia y me ha encomendado hacer unos encargos para una conocida marca de alcohol. En concreto tengo que ir a la pequeña y lejana ciudad, y volver en el mismo día. Hola samurái, esta era tu antigua zona de confort. Adiós samurái, vete a la trinchera como la rata que eres y no vuelvas. Nada de saludar a amigos, nada de ver a la familia, mira pero no toques. Sí, sé que vosotros no me haríais eso.

¡Lo bueno es que vuelve Negoción! Y Negoción es sinónimo de aventura. Todo será posible a partir de mañana, volverán los "sal de la puta cama" y los "cómete esta hamburguesa", y los "vete a mi coche a por nosequé", y los "búscate la vida",  y los "no me des un beso de buenas noches", y los "algún día nos vas a hacer de oro", y los "no saldrás de esta habitación hasta que no hayas acabado tu novela", y los "toma esta pistola y protégeme", y los "prueba este hongo", y los "salva a esa anciana", y los "ojalá fuéramos homosexuales para sodomizarnos". En fin, ya lo conocéis.

Hasta pronto, seguidores del bushido. Este guerrero absurdo tiene que descansar. No sé muy bien para qué, supongo que habrá que seguir desperdiciando energía por ahí. Vosotros a lo vuestro y nos vemos por aquí mañana.

Un beso de buenos días con dientes inclinados y aliento de rosas. Muac.

«Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
»

martes, 20 de septiembre de 2016

Día 20 - Tono

Hola. Ya llevo veinte días aquí. Cuando llevas veinte días metido en algo empiezas a formar parte seria de ese algo. Pronto tendré que dejar la Casa Inclinada, el trato al que llegamos Negoción y yo fue que me quedaba durante un mes. Ese mes se está acabando. Los días vuelan y yo me distraigo con facilidad. Soy capaz de hablar con un mendigo durante diez minutos. Me gusta darles tabaco. Dejarles un cigarrillo a los que duermen en los cajeros. No me siento mejor haciéndolo, ni tampoco soy mejor persona por ello. Es simplemente que me gustan los mendigos y los desgraciados. Supongo que ahora viene cuando explico por qué, pero tampoco sé explicarlo muy bien. Mirad, yo tengo una máxima para entender a las personas, que por cierto es algo que se me da bien, y no me estoy tirando ningún farol. No soy ningún súper hombre, no puedo leer la mente. Pero conozco algunos trucos. Mi máxima es: todo el mundo sufre. Podéis usarla, os la cedo. Cuando discutáis con alguien, recordadla. Todo dios sufre, y normalmente mucho. Y si no están sufriendo ahora, habrán sufrido lo suyo. Y sufrirán. Cuando comprendes esto, las personas son más fáciles. Es fácil tratar con un sufridor. Al sufridor le gustan las palabras amables, al sufridor le gusta que alguien intente entender sus problemas. A lo mejor me estoy fabricando una filosofía muy loca, pero creo que no he dicho nada absurdo. Quizás por eso me gusta los mendigos, son fáciles de entender y es fácil que te entiendan a ti, aunque la mayor parte del tiempo se focalizan en dar pena y pedir dinero. Estoy diciendo lo que he vivido. Historias de enfermedades en la boca que les impiden masticar, historias de viajes epopéyicos durmiendo al raso, historias de robos y abandonos. Siempre me pregunto hasta qué punto son irreales.

Digo mendigo pero quizás no es la palabra adecuada. Espero que se entienda a quien me refiero.

Hace días conocí a un mendigo portugués que me dijo que se moría de hambre y lo acompañé al supermercado para comprarle algo. Cuando estábamos llegando me di cuenta de que mi autobús salía en veinte minutos, así que le di unos pocos euros al mendigo y me marché. El mendigo me prometió que se lo gastaría en comida. Yo quería darte comida, pero no tengo tiempo, le dije. Así que te doy dinero. Haz con él lo que quieras. El viernes lo volví a ver parado en mitad de la acera, mirando el cielo con la boca abierta. No se movía ni una pizca. La gente pasaba al lado suyo, pero él permanecía ahí, mirando el cielo con la boca abierta. Estaba muy drogado.

Recuerdo que cuando era pequeño, una profesora de religión nos dijo: cuando das limosna, no puedes darla con condicionantes. No puedes pedir que no se lo gasten en vino. Si das dinero, permites a la persona ejercer su propia libertad. Aunque la libertad a veces es muy destructiva. Yo soy muy escéptico (siempre lo he sido) con el concepto de libertinaje. O con aquello de "la libertad acaba donde empieza la de los demás". Como si la libertad pudiera pervertirse, como si hubiera formas malas de ejercerla y formas buenas. La libertad es libertad. Punto. Aunque exista la muerte, el horror de la soledad, el daño autoinflingido. Tu puedes usar tu libertad para matar o para dar amor, por ejemplo. De ambas formas se está haciendo uso de ella.

Volviendo: la lluvia ha parado pero por la noche se sigue oyendo el agua. Todas las noches pasan unos limpiadores con mangueras muy potentes y limpian todo el suelo, esté sucio o no. Uno de los temas de los que quería hablar hoy es la higiene en la Casa Inclinada. Para mí es fácil vivir aquí porque sé que mi estancia es temporal, no me importa asumir responsabilidades. Además, siempre me ha costado mucho inmiscuirme demasiado en las cosas, siempre mantengo cierta distancia mental. Me gusta sentirme habitual y extraño, aunque eso signifique estar como una regadera. Eso me permite jugar, aunque quizás es una actitud inmadura. ¿Qué pasa con la higiene? Básicamente, la basura en la inclinada se va acumulando a lo largo del tiempo, hasta que un buen día hay una crisis. Creo que se produce una crisis cada diez días, aproximadamente. Yo llevo veinte días aquí y he vivido dos crisis. Sospecho que poco antes de llegar yo hubo una. Por estadística. Cuando hay una crisis de limpieza todo son idas y venidas por el pasillo, todos cogemos escobas y herramientas similares y nos ponemos a limpiar, ordenar, fregar platos. A la mañana he intentado fregar platos pero Jonpollón me ha llevado a la radio.

Vuestros muchachos en las ondas.


Hemos ido para hablar de un festival de música que organiza Jonpollón. Por cierto que me ha invitado a dos cañas y medio sándwich. Esa ha sido mi comida para todo el día. No he comido absolutamente nada más. Aunque me he echado un aurum a media tarde.


La verdad es que coma o no coma, siempre tengo hambre. No he comido nada más por falta de tiempo, básicamente. He pegado todos los carteles. Ya no me quedan. Culpa del Señor Maquinita que me dijo que los pegara de una vez, que tenía ganas de que escribiera sobre otras cosas. He ido a poner carteles a la universidad privada de la gran gran ciudad. Las imágenes de santos me hacen sentir incómodo. La gente estaba muy limpia. Los chavales y las chavalas iban muy arreglados. Camisetas que se veía a la legua que era el primer día que se usaban.


Pero el sitio es bonito. Las instituciones con malas connotaciones intelectuales suelen justificarse en el orden y la limpieza.

Por la noche el Señor Julina me ha invitado al cine. A ver una peli muy rara sobre un grupo de música que yo, personalmente, no conocía. Llamadme inculto. Por lo visto fue un grupo conocidillo en los años sesenta. Debió caer en el olvido porque no he oído nada de ellos nunca hasta hoy.


Y ahora estoy aquí escribiendo y mis ojos se están cerrando. Echo de menos a mi familia y a mis amigos de la pequeña y lejana ciudad. Luchar está bien pero cansa, aún así seguiremos en la brecha. No quería decirlo pero he aguantado desde el jueves con cuatro euros. Soy pobre, sí, qué pasa. Vivo bajo el umbral de la pobreza, esto me lo dijo Sr. Julina. Me voy a dormir.

¡Abrazos e inclinaciones!